¿«Cómo ha amanecido hoy tu corazón, hermano?», preguntaba el
indígena al joven de la ciudad que había llegado hasta la montaña para
compartir la vida sencilla y limpia del campesino. Y el «corazón del joven» no
sabía dar respuesta. Así un día y otro día hasta que el joven, al despertar,
escuchaba en silencio su corazón. En los últimos días de su experiencia en la
paz y el silencio de la montaña, el joven había descubierto que tenía corazón;
había palpado su corazón; había aprendido a mirar y ver en lo profundo de su
corazón. Al dejar la montaña el joven preguntó al campesino: «Hermano mío,
¿cómo ha amanecido hoy tu corazón?». Y el indígena dándole un abrazo sincero le
dijo: «Hoy bien; mañana, no lo sé. Durante este día que Dios me regala vigilaré
mi corazón y lo mantendré despierto, para que cuando llegue la noche mantenga
encendida la luz de la fe y arda ante el Dios del silencio y de lo profundo».
El corazón, amigo, es lo más bello y delicado que habita dentro de
ti. Es como la raíz de tu vida. Es como el manantial de tu río. Si tu corazón
está vivo, todo tu ser será luminoso y transparente. Si tu corazón está
dormido, todo tu ser será apagado, indiferente y gris. Si tu corazón está muerto,
todo tu ser será como las hojas de otoño que moja la lluvia y lleva el viento.
Si tu corazón es puro, todo tu ser será limpio y refrescante. Si tu corazón
siente y ama, todo tu ser estará dispuesto a la ayuda, al abrazo, al encuentro.
Si tu corazón está lleno de semillas de bien y paz, todo tu ser será una
primavera radiante y un verano cargado de frutos. Si tu corazón está lleno de
Dios, todo tu ser será una fiesta continua.
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Por el corazón pasan todas las cosas. Y duelen cuando tocan lo profundo
del corazón. Por el corazón pasa el bien y el mal que nos vienen de ese Caín y
Abel que habitan dentro de nuestro corazón. En lo profundo, en lo íntimo, en el
fondo, en la parte más entrañable de la vida sentimos el dolor del pecado y la
alegría de la gracia. En lo profundo (léase corazón) sentimos la angustia y la
tristeza; sentimos la depresión y la ansiedad; sentimos la apatía y la
indiferencia; sentimos las ganas de vivir o el odio de la vida. Cuando dejamos
en el hoyo del corazón esas tensiones y conflictos sin resolver... hemos dado
un paso hacia atrás en el camino de nuestro corazón. Cuando no damos salida al
sufrimiento de nuestro corazón, estamos cortando las alas de nuestro corazón.
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El corazón del hombre, amigo, necesita respirar. Tu corazón joven
necesita del sol y el viento, de la luz y el horizonte. Tu corazón joven
necesita un espacio de libertad donde ser libre. Tu corazón joven necesita
salir de sí mismo y adentrarse en los mares profundos de Dios.
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Lo tuyo es explorar los mares profundos del corazón de Dios: allí
está toda la vida. Como el pez está llamado a nadar, así tu corazón joven está
llamado a sumergirse en Dios. Como el pez está llamado a nadar, así tu corazón
está llamado a orar.
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